
Desencarnados
- por Carola D'Angelo | RumboMistico
- Publicado en
Almas que aún caminan entre nosotros
Hay lugares donde el aire se vuelve más denso, donde una brisa fría se cuela por la piel sin que el clima lo justifique. Hay momentos en los que un silencio inusual se instala y una presencia invisible parece observarnos desde otro plano. No es imaginación. A veces, lo que percibimos pertenece al eco de quienes ya partieron, pero aún no han cruzado del todo. Son los desencarnados, almas que permanecen entre nosotros, aferradas a un hilo invisible que las mantiene atadas a la Tierra.
Tal vez te interese leer: Parásitos energéticos
Entre mundos: la existencia del alma sin cuerpo
Desde tiempos inmemoriales, distintas tradiciones espirituales hablan de seres que permanecen después de la muerte física. En el espiritismo se los llama espíritus errantes; en el esoterismo, almas desencarnadas; en ciertas corrientes chamánicas, sombras o residuos del alma.
Aunque los nombres cambien, el fenómeno es el mismo: conciencias que, tras la muerte, no han completado su tránsito hacia la luz.
La muerte no siempre es un final inmediato. A veces, es un proceso. Cuando el cuerpo muere, el alma se separa de la materia, pero no siempre logra elevarse. Queda suspendida en un estado intermedio, una frontera vibratoria donde la densidad del dolor, el apego o la confusión la retienen.
Son seres que no han aceptado su partida o que temen perder lo que consideran su vida, su hogar o sus seres amados.
Por qué algunas almas se quedan
Las razones por las que un alma puede permanecer en el plano terrenal son tan diversas como las vidas que ha tenido. Pero entre las más comunes encontramos tres fuerzas principales: el apego, el miedo y la culpa.
El apego: la nostalgia de lo que fue
El apego es la cadena más poderosa que puede retener a un espíritu. Un desencarnado puede quedarse junto a su casa, su familia o sus pertenencias, incapaz de desprenderse de lo que considera suyo. A veces ronda los lugares donde vivió, intentando revivir rutinas que ya no le corresponden.
Es por eso que algunos espacios conservan una energía pesada, como si el tiempo se hubiera detenido: son lugares donde una conciencia aún se aferra a su pasado.
El apego: la nostalgia de lo que fue
El apego es la cadena más poderosa que puede retener a un espíritu. Un desencarnado puede quedarse junto a su casa, su familia o sus pertenencias, incapaz de desprenderse de lo que considera suyo. A veces ronda los lugares donde vivió, intentando revivir rutinas que ya no le corresponden.
Es por eso que algunos espacios conservan una energía pesada, como si el tiempo se hubiera detenido: son lugares donde una conciencia aún se aferra a su pasado.
El miedo: la resistencia a lo desconocido
Muchos espíritus temen la transición. Les aterra el juicio, la idea del “más allá” o simplemente el cambio radical que implica dejar la forma humana. Este miedo los mantiene en un estado de confusión, vagando entre los vivos sin comprender del todo su nueva condición.
En el fondo, son almas perdidas, buscando refugio en lo que conocen: nuestro mundo.
La culpa: el peso que no los deja ascender
Hay quienes parten con cuentas pendientes. La culpa, el remordimiento o el dolor por lo no dicho pueden ser tan densos que el alma decide no avanzar. A veces busca redención, otras solo comprensión.
Estos desecarnados suelen intentar comunicarse con quienes amaron, con la esperanza de liberar lo que no pudieron sanar en vida.
Cómo percibimos su presencia
No todos tienen la misma sensibilidad para percibir el mundo espiritual, pero hay señales que se repiten.
Una corriente fría sin causa aparente, un aroma que evoca a alguien que ya partió, un objeto que se mueve levemente, luces que parpadean, sueños en los que el rostro del fallecido se vuelve vívido.
A veces no hay fenómenos físicos: solo una sensación. Una tristeza que no nos pertenece, una energía que ronda en la habitación o un pensamiento persistente que llega de la nada.
En el lenguaje energético, los desecarnados se manifiestan como presencias vibracionalmente bajas, no por maldad, sino por densidad. Su energía aún está entrelazada con lo material. Por eso su cercanía puede causar cansancio, irritabilidad o una sensación de peso emocional.
Es importante recordar que estos seres no son “malos” ni “oscuros”. Están perdidos. Necesitan comprensión y guía, no miedo ni rechazo.
El alma que queda atada a la Tierra sufre tanto como quien llora su ausencia. El amor puede ser el puente que los libere.
Cómo ayudar a un desencarnado a elevarse
Si percibes la presencia de un espíritu y sientes que busca descanso, hay formas suaves y respetuosas de acompañarlo:
- Enciende una vela blanca y dedica una oración o pensamiento amoroso. No necesitas una religión, solo intención pura.
Di mentalmente: “Eres libre. Puedes avanzar hacia la luz. Aquí todo está bien.” - Evita invocar o retener. No pidas señales ni los llames. Cuanto más se los atrae, más difícil les resulta avanzar.
- Purifica el espacio. El humo del incienso, el sonido de campanas o cuencos, o simplemente airear la casa con gratitud ayuda a elevar la frecuencia del lugar.
- Pide a tus guías o protectores espirituales que acompañen a esa alma hacia su camino. Puedes imaginar una luz brillante envolviéndola y elevándose lentamente.
- Envía amor, no miedo. La vibración del amor es la energía más alta que existe. Cuando se ofrece sin apego, se convierte en faro para quien busca la salida del laberinto.
Desencarnados y planos de conciencia
No todas las almas que permanecen son iguales. Algunas apenas rozan este plano, otras lo habitan por años. Hay espíritus conscientes de su estado y otros completamente perdidos.
En el plano astral inferior, donde las emociones densas como el dolor, la ira o la confusión predominan, es donde suelen residir los desencarnados.
En cambio, las almas que han aceptado su transición y vibran en la comprensión y el amor ascienden hacia planos más sutiles, donde el tiempo y el sufrimiento dejan de existir.
Los médiums o canalizadores experimentados pueden percibir esta diferencia con claridad: no todos los muertos hablan desde el mismo lugar, ni todos buscan lo mismo. Algunos solo quieren ser escuchados una vez más; otros, simplemente, necesitan que alguien les diga que está bien seguir su camino.
Lo que los desencarnados nos enseñan sobre la vida
Aunque su presencia pueda causar inquietud, los desencarnados también nos ofrecen una enseñanza profunda: nos recuerdan el valor de soltar.
Cada alma que se aferra a la Tierra refleja en nosotros el mismo patrón humano: la dificultad de dejar ir. Nos muestran cómo el apego al dolor, a las historias o a las personas nos mantiene detenidos, incluso en vida.
Cuando comprendemos esto, podemos transformar el miedo en sabiduría.
Ellos nos hablan —no con palabras, sino con energía— del poder del perdón, de la importancia de cerrar ciclos y de reconciliarnos con el tránsito natural de todas las cosas.
Vivir en paz para partir en paz:
Vivir conscientemente, sanar vínculos, expresar amor sin reservas y reconciliarse con la propia sombra son actos que preparan el alma para morir sin quedarse atada.
Cada vez que liberamos un resentimiento, encendemos una luz en nuestro propio camino. Cada vez que perdonamos, soltamos una piedra del alma que algún día deberá elevarse.
Un llamado a la luz:
Si alguna vez sientes que un desencarnado ronda tu espacio, no temas. No estás frente a una amenaza, sino ante un alma que aún busca el camino.
Su presencia puede ser un recordatorio para ti también: ¿qué parte de tu vida estás reteniendo? ¿Qué energía, dolor o historia aún no has dejado partir?
Invocar la luz —ya sea con una oración, un canto, una vela o simplemente un pensamiento amoroso— puede liberar tanto al espíritu como a ti.
Porque cuando ayudas a un alma a elevarse, también elevas la tuya.








